Viaje a Arnhemland (cuento)



    En esa noche tan calurosa de verano, dio una mirada ágil y soberbia alrededor, como buscando un objeto desconocido. De pronto, vio a una mujer —era imposible que fuese menor que él— de ojitos perdidos, que no parecía de este mundo (aunque no pensó que fuera una chica cósmica, ni aparecida por la divinidad) y su vestido le favorecía en partes. El cabello oscuro era como el cometa que buscaba para sí mismo. Pese a que había un estruendo mayor por la música, centró su atención en la hermosa mujer, que burlaba los años como nadie que conociera. 
    En su cabeza no corrió la idea de que tuviese un novio o que fuera madre. Su esbeltez compensaba su tamaño. Y era una fémina que acaparaba la atención, pero que la desdeñaba con soltura. 
    El joven agotado por el mismo ritmo que se oía en la reunión, decidió escabullirse y sacarla a bailar. Ella estaba sentada un tanto aburrida, pero no podía hacer muecas que restaran limpidez a su rostro.
    Cuando salieron a bailar, la mujer quedó sorprendida. Veía al joven desde el asiento extendiendo la mano. Al detenerse en la pista de baile, la mujer estaba tranquila sin ninguna intención de mirarlo a los ojos solo atinaba a ver los lados.

—Soy amigo del santo —dijo atento a su respiración. La mujer puso interés. Dijo unas cuantas palabras que él no entendió "...he venido con mi marido" fue lo que entendió entre tanto ruido. Pero no lo dijo en tono alarmante, sino como quien te dice que su perrito está enfermo.

    El muchacho observó a quien se refería y lo que lo encolerizó fue que el cónyuge sea un obeso sin carisma. Al terminar la pieza, la mujer le agradeció y se sentó.

    El joven se apoyó en la columna del local, oyendo la música y discerniendo. No lo notó, pero sus miradas se enlazaron: ella desde su lugar le había clavado una mirada.
    Se le acercó, le dijo un par de cosas entre el bullicio y esperaron un descuido (el marido estaba ebrio) para salir del local.
    
    En la caminata, el joven había captado la intención de aquella mujer que parecía conservar la impavidez en su mirada, pero que el paso de sus delgadas piernas emitían un mensaje distinto, como de ansiedad por llegar.
    
    Llegaron a una pequeña casa y ahí se quedaron a esperar el alba entre abrazos y besos.



Comentarios

  1. NO ENTENDÍ. PERO TU TEMÁTICA ESTÁ CAMBIANDO Y ESO VALE. YO NO PUEDO.

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