Criba: un viraje en la novela de la violencia
(Ediciones Copé Lima, 2014)
El tópico literario recurrente en la
literatura peruana de estos últimos años ha sido, y aún es, la violencia
política de los ochenta. Muchos escritores polemizan acerca de quién tiene el
verdadero deber de contar literariamente lo sucedido: si los que vivieron el
conflicto armado en carne propia o los autores que han ficcionalizado sobre el tema
sin experiencia directa.
En ese sentido, esta novela ha hecho
aparición en el contexto donde la novela de
violencia política parece poco a poco dejar de imponerse como el tema
principal entre los escritores de esta última década. Al menos, podríamos preguntarnos
si Criba podría ser la novela que
paute un viraje en este tópico tan visitado.
*
Criba nos trae de regreso el espacio constantemente evocado
por su autor: Ayacucho. Sus personajes transitan desde ciudades ayacuchanas como Pumaranra, Huamanga,
Huatatas, hasta diversas provincias como Ica, entre otros departamentos. Estructuralmente, se compone de tres registros
narrativos bien diferenciados repartidos en los cuarenta y siete capítulos que
la novela contiene. El primero versa sobre las conversaciones entre Fidencio
Molina y Fabián Narváez, junto con otros amigos que se embriagan para recordar
las vivencias pasadas y entre todas, las mujeres de su juventud: a la Musa, la
joven Evangelina delgadillo. El segundo registro es la confesión de parte de
la mencionada mujer, que hace remembranza de su relación personal con Manuel
Bajalqui, además de sus reflexiones acerca de la violencia de los ochenta y las
diversas perspectivas que se han tejido entre intelectuales, políticos, artistas e investigadores. En el tercer registro, se halla el relato de parte de Manuel y su educación al
lado de su abuelo, Gerardo, con quien vive diversas aventuras y del que recibe
enseñanzas, como del que también oye diversas leyendas andinas. Este personaje es de
vital importancia, ya que con los diversos registros narrativos nos dará cuenta
de su personalidad y la elección por la lucha armada que lo llevó de estar
preso a pasar a la clandestinidad.
Dicho esto, creemos que esta novela tiene un propósito
diferente en cada registro narrativo. Si bien tenemos predilección por la parte
del relato del abuelo y su nieto, en nuestra lectura hallamos que en la sección de los
borrachines se festeja la vida y el recuerdo previo a la violencia, aunque evoque también el terror de épocas pasadas, como espectros que aún esperan en cada esquina de la ciudad. Bien podría el narrador mostrar el
sistema de tortura aplicado a los sospechosos, podría incluso denigrar a los
militares o al grupo senderista, pero no lo hace, ya que se decanta por evidenciar el sufrimiento
de las víctimas y su hambre de justicia (que lamentablemente siempre queda latente).
La parte de Evangelina se presenta como un
diálogo ante las diversas películas, novelas, incluso comisiones que han
tratado de traer a la luz lo sucedido en Ayacucho. Esta trama es la más
intelectual, porque Evangelina trae a colación su bagaje académico para rebatir ideas concebidas del suceso tanto de autores nacionales como foráneos.
La parte de Manuel y su abuelo nos permite
gozar con una narración plagada de mitos y costumbres de los pueblos de
Ayacucho, como de escenas plagadas de humor y sensualidad. Podríamos emparentarlo con episodios divertidos y reflexivos que contiene todo tipo de novela de aventuras.
Pues bien, Criba es una novela que ovaciona la vida, el jolgorio y al hombre
ayacuchano; además, elige mostrar escenas menos violentas del terrorismo para
concentrarse en exponer una visión más matizada del conflicto, así como para mostrarnos
los dilemas que enfrentó la población sureña durante las dos últimas décadas del siglo XX.
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