Recuerdos de una presentación (21 /07 / 14)




Hoy 21 de julio he vuelto de la presentación de Criba, novela de Julián Pérez Huaranca, a quien puedo considerar mi profesor y, hasta cierto punto, un compañero apasionado por la novela.

       Bueno, en la presentación, realizada en la FIL, Ricardo González Vigil mencionó que parte de las diversas tramas que recorren la novela una trata acerca de dos amigos ayacuchanos y —para mi sorpresa— la de un niño y su abuelo. Esta mención hizo que automáticamente recordara la vez que le entregué mi primera novela El cacique del cerro de la culebra al profe Julián en el 2011. Recuerdo también que me la devolvió con algunas indicaciones en la copia y que me dijo: “Hay buenas cosas, pero debes mejorar la prosa. Hay cosas que no se comprenden”. En ese año, me enseñaba el curso de Realismo. Mi sorpresa se debió a que ese texto tenía como trama principal la relación entre un abuelo y su nieto, lo que me hizo pensar que la lectura de mi libro lo había ayudado a configurar parte de su novela.
        Ahora bien, otros sucesos que recuerdo fueron que durante el 2013 me encontré con él en un famoso bar llamado Don Lucho, donde se juntaban hipsters, escandalosos, poseros, aprendices, etc. Allí, el tío Julián conversaba con su amigo Félix y Jonathan Timaná. Recuerdo que en esa ocasión, Armando Alzamora me llevó a su mesa. Allí conversaba Julián y su amigo venido de Ayacucho y que el novelista dijo: “Hemos conversado tanto que ya no hay nada de qué hablar”. Y cuando la cerveza se acabó, pedí un vino. 

Ya pensaba en dar por terminada esta nota, cuando un episodio anecdótico volvió a mí. Se trataba de la relación de  la revista Plumanegra con el mencionado.
Corría el 2012, en los meses de agosto y octubre. Le había comentado a Julián que planeábamos sacar una revista como piloto a ver qué sucedía. Él, con su estilo de siempre, se mostró solidario “dame los cuentos y les daré una revisada”, me dijo. Curiosamente, se lo entregué aun cuando no estaba seguro de su valía y temiera que su veredicto fuera destructivo. A nadie le había comentado del proyecto. Así que, de ese modo, los cinco cuentos, con los miembros originales del grupo, se fueron con Julián.
       Después, nos citamos un día a las 11 a. m., y nos dirigimos a un bar con altillo conocido como El patio. Nos dispusimos a beber un café, pero antes nos había dicho: “Mi asistente leyó los cuentos”. Esto me causó molestia, porque el profe no se había dado tiempo o le hubiese llegado leer los textos… pero agregó: “Es un buen lector; es mi ayudante y tiene experiencia”. No me impresionó lo que dijo. A Iván Julca, Enrique Avilés, Leandro Arévalo y a mi persona (Abraham no estaba), nos sorprendió lo que dijo: “De los cinco cuentos, el único que puede publicarse es el de Julca, los demás están por pulir”. No es que tuviera una rencilla con mi viejo amigo, pero consideraba y considero que el mejor texto de ese grupo era Cielo azucarado. Sin embargo, ni ese fue mencionado.
            Terminamos de tomar café y a cada uno se le señaló sus falencias, desde la voz del asistente. Nos despedimos luego de esa breve sesión. Ahora me arrepiento de no pedir cervezas en lugar de café.
        Tiempo después y rechazando la propuesta de “no publicar” apareció la número 0, con 100 ejemplares de tiraje que Julián se negó a leer. Cuando apareció la número 1, la oficial, nos reunimos en un mercado cerca de la UNFV, a tomar un desayuno con él y su asistente. Julca quiso regalarle un número, pero se negó. Lo ojeó y nos dijo: “Al menos han mejorado en la puntuación”. Así que le vendí a su acompañante, que pagó la mitad.

Curiosamente, mientras conversaba con él, recordé a los personajes de su novela y, tal vez, su deuda con Conversación en la Catedral. Pues en el libro existe toda una subtrama de varios amigos que rememoran el pasado y uno de ellos recuerda a su finada madre (así como el autor). 

Después habló del oficio, de Onetti, de Maupassant y su importancia, de Bolaño, a quien no le vacilaba y otras cosas.

Hoy que pude por fin salir de mi ostracismo y con mucha timidez, pues no me gusta estar en lugares repletos de gente, pude estar en su presentación, tomar fotos, fotografiarme con él y oír su agradecimiento cuando le pedí un autógrafo. “Gracias por segunda vez”, me dijo.



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